"El destino del genio es ser un incomprendido, pero no todo incomprendido es un genio"

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sábado, 31 de marzo de 2012

Sombras y ceniza

Yo estaba en el cuarto de baño de mi habitación justo antes de que todo empezara, o más bien terminara, mejor aún, en mi opinión podría describirse de dos formas, el comienzo del final, o el final de un nuevo comienzo.
De cualquier forma volvamos a mi historia. Yo estaba acurrucado en el suelo del baño, frente a mi radiador eléctrico. Me gustaba hacerlo, el calor me envolvía, dejándose notar por cada poro de mi piel y podía sentir como si estuviera metido en una cálida bañera, en esos fríos días de invierno, cuando al fin llegaba a casa helado, tiritando, y me daba un baño caliente. Un escalofrío recorría mi espalda y soñaba con quedarme allí para siempre. Pensaba en cualquier cosa, desde los deberes que tenía que hacer seguidamente, hasta en la chica que me gustaba. Así pasaron más de cinco apacibles minutos, a partir de este instante,  el mundo se deshizo a goterones.

jueves, 29 de marzo de 2012

La persecución


Me están persiguiendo, las fuerzas empiezan a abandonarme, no hay problema, me repito constantemente, la adrenalina es el mejor de los dopajes cuando de correr se trata. Sólo unos pocos metros me separan de mi verdugo. Al principio me gritaba que me detuviese, pero la carrera ha hecho su efecto y ahora prefiere ahorrarse ese esfuerzo para cuando me alcance.     –Tranquilo– le diría si pudiera– No falta mucho ya para que me dé por vencido, por más adrenalina que me empuje.

La mayoría de la gente piensa que una persecución a carrera es cómo en las películas, es decir, con una duración de cómo máximo dos o tres minutos, y un sinfín de acrobacias tales como correr sobre los coches, saltar muros de cemento y verjas de metal, todas esas cosas. Pobres ingenuos. Cuando te persiguen no piensas en que el público te aplauda o admire por tu habilidad, lo único que quieres es escapar.

Una noche como otra cualquiera

 No es una noche especial o distinta, el cielo no es más negro ni el aire más denso. Es una noche cualquiera.
 
Mis padres han salido y estoy solo en casa, estudiando en mi habitación de la segunda planta. No consigo concentrarme, por más que lo intento algún pensamiento perdido siempre halla la forma de colarse en mi cabeza. Suspiro. Miro al techo. No puedo, simplemente soy incapaz de centrarme.
Suena algo en la primera planta, un crujido. No le doy importancia, en mi casa ese tipo de ruidos son habituales, provocados bien por el ajuste del parqué, la barandilla de madera o por los perros. Tengo dos perras pequeñas que nunca se están quietas. Ahora escucho como si algo hubiera chocado contra la puerta principal. Serán mis padres, tenían que llegar de un momento a otro. Pasan los segundos pero nadie entra en la casa, que raro.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Bendita ignorancia

Cada nueva letra cruzaba el cielo, atravesaba las nubes y los aviones, la troposfera, la Estratosfera. Seguía su camino abriendo nuevos agujeros en la capa de ozono. Rápidas como un rayo,  delicadas como una caricia. Subían más y más, aunque bien podrían estar bajando, o si no que alguien le explique al universo donde está el suelo y donde el cielo, llegando a lugares desconocidos para los hombres, trayendo consigo sus sinceros cantos terrenales:
Los pajarillos cantan
las nubes se levantan
que sí, que no
Que caiga un chaparrón…”
Se producen convulsiones en mi interior, ¡oh! Cuantos recuerdos de aquellos lugares, de aquellos parques y toboganes. Qué lejos me siento ahora de la Tierra, que lejos de los cubos y palas de playa. Quedan ya muy atrás los superhéroes de plástico y con etiqueta. Nuevos parajes constituyen mi mundo, mi realidad, sólo de vez en cuando puedo volver la mirada atrás y distraerme con cualquier estupidez, ¿o es que no son esos los momentos de mayor felicidad que podemos llegar a experimentar?
Bendita ignorancia, llévame pronto.
L J Salamanca.

Un momento maravilloso


El Sol brilla en lo más alto del firmamento. No hay ninguna nube que empañe el bello azul celeste. En alta mar ningún ruido rompe el silencio. Las láminas que se entrelazan y forman uno de los laterales del catamarán acarician mi espalda; el ligero balanceo producido por las olas contribuye al masaje. La plácida y pura brisa marina se desliza suavemente por todo mi cuerpo. El mar se presenta calmado, el agua cristalina. De vez en cuando unas pocas gotas se elevan y llegan hasta mí, equilibrando el relajante calor del Sol con el agradable frescor marino. La paz es absoluta, la angustia, nula, inexistente; en este instante apenas recuerdo lo que eran las obligaciones, los gritos o el humo. Todo es tranquilo, a mi alrededor cada integrante del paisaje está en perfecta armonía, cual sinfonía de Beethoven. Paraíso es la palabra. Paraíso fue la palabra. Con una ligera sensación de resignación recojo la fotografía y  vuelvo a meterla en el álbum. Es hora de irse a trabajar.

Grito por un alma contaminada


Huí. Abandoné mi cama para evadirme de mi mismo.
Corrí y me adentré en el frondoso bosque. Esquivé árboles, piedras y ríos, respiré por encima del fango y las arenas movedizas.
Corrí hacia las montañas. Las superé escalando la más alta de las murallas. Mis manos se congelaron y pintaron de un aterido negro azulado. Mis pulmones se encogieron tratando de resguardarse del gélido abrazo de la nieve.
Corrí,  me engulló el desierto. Mis añiles extremidades se descamaron y tiñeron de rojo. Mi cuerpo se deshacía en sudor de vida y mis ojos se arrugaron. Me hundí entre granos ardientes pero impasible alcancé la cima de la más elevada duna.
 Corrí. El mar me recogió en sus entrañas, me cubrió y la reseca piel que me cubría se contrajo y ablandeció. Mis ojos irritados y mis pulmones castigados. Me adentré en la más profunda fosa del océano, que me apretaba cada vez más entre su manto.
 Al fin, allí abajo, en el lugar más alejado de mi vida. Grité hasta hacer temblar los cimientos del cielo y el infierno, hasta que mis cuerdas vocales se desfogaron y mi alma se hubo vuelto a hinchar de esperanza, hasta que toda la afilada verdad  fuera exorcizada de mi memoria… y corrí. Regresé a la superficie,  revolví las tórridas arenas del desierto, derribé la pétrea mano que me cortaba el paso, arranqué de raíz hasta el último de los muchos obstáculos que no me dejaban ver el Sol, y regresé, recuperé la vida que nunca hube de haber olvidado. 

L J Salamanca.