"El destino del genio es ser un incomprendido, pero no todo incomprendido es un genio"

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miércoles, 28 de marzo de 2012

Grito por un alma contaminada


Huí. Abandoné mi cama para evadirme de mi mismo.
Corrí y me adentré en el frondoso bosque. Esquivé árboles, piedras y ríos, respiré por encima del fango y las arenas movedizas.
Corrí hacia las montañas. Las superé escalando la más alta de las murallas. Mis manos se congelaron y pintaron de un aterido negro azulado. Mis pulmones se encogieron tratando de resguardarse del gélido abrazo de la nieve.
Corrí,  me engulló el desierto. Mis añiles extremidades se descamaron y tiñeron de rojo. Mi cuerpo se deshacía en sudor de vida y mis ojos se arrugaron. Me hundí entre granos ardientes pero impasible alcancé la cima de la más elevada duna.
 Corrí. El mar me recogió en sus entrañas, me cubrió y la reseca piel que me cubría se contrajo y ablandeció. Mis ojos irritados y mis pulmones castigados. Me adentré en la más profunda fosa del océano, que me apretaba cada vez más entre su manto.
 Al fin, allí abajo, en el lugar más alejado de mi vida. Grité hasta hacer temblar los cimientos del cielo y el infierno, hasta que mis cuerdas vocales se desfogaron y mi alma se hubo vuelto a hinchar de esperanza, hasta que toda la afilada verdad  fuera exorcizada de mi memoria… y corrí. Regresé a la superficie,  revolví las tórridas arenas del desierto, derribé la pétrea mano que me cortaba el paso, arranqué de raíz hasta el último de los muchos obstáculos que no me dejaban ver el Sol, y regresé, recuperé la vida que nunca hube de haber olvidado. 

L J Salamanca.

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