"El destino del genio es ser un incomprendido, pero no todo incomprendido es un genio"

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sábado, 31 de marzo de 2012

Sombras y ceniza

Yo estaba en el cuarto de baño de mi habitación justo antes de que todo empezara, o más bien terminara, mejor aún, en mi opinión podría describirse de dos formas, el comienzo del final, o el final de un nuevo comienzo.
De cualquier forma volvamos a mi historia. Yo estaba acurrucado en el suelo del baño, frente a mi radiador eléctrico. Me gustaba hacerlo, el calor me envolvía, dejándose notar por cada poro de mi piel y podía sentir como si estuviera metido en una cálida bañera, en esos fríos días de invierno, cuando al fin llegaba a casa helado, tiritando, y me daba un baño caliente. Un escalofrío recorría mi espalda y soñaba con quedarme allí para siempre. Pensaba en cualquier cosa, desde los deberes que tenía que hacer seguidamente, hasta en la chica que me gustaba. Así pasaron más de cinco apacibles minutos, a partir de este instante,  el mundo se deshizo a goterones.

Sin previo aviso empezaron los gritos, tanto en la calle como en el interior de mi casa. Me levanté de un salto y corrí a la primera planta, bajando los escalones de tres en tres. Mi madre tenía lágrimas en los ojos y tal expresión de terror tal que por un momento dudé que fuera ella realmente. Mi padre la abrazaba mientras me miraba con el ceño fruncido y las facciones serias. Elevó su brazo libre para dejar que me uniera a ellos. Así lo hice. La televisión estaba encendida, ellos la miraban, el señor que daba las noticias tenía una cara parecida a la de mi madre.
—“Abrácense a sus seres más queridos, es la última noticia que daré, porque esto se acaba señores, desde aquí…me enorgullezco de poder decirles que ha sido un placer estar con ustedes y…—una lágrima ahogada y un ligero espasmo le sacudieron—a mi familia, si me está viendo…solo deseo que sepáis que os quiero— Entonces ya no pudo resistir más y un llanto insonoro y desolador le atrapó por completo, contagiando y provocando emociones similares a todo aquel que lo veía. Se cortó la emisión. Yo no quería preguntar. No, desde luego no quería.
—Vamos fuera—susurró mi padre. Lentamente fuimos avanzando hacia el porche, juntos. El cielo se tornaba oscuro a pesar de ser mediodía, y como pude comprobar, cada vez más. Un sonido fuerte y doloroso empezó a rasgar el aire, elevando su volumen por segundos. Abracé con más fuerza a mis padres y metí la cabeza entre ellos, cual avestruz que da la espalda ante el peligro. No quería verlo, no quería ver el gigantesco pedrusco que cubrió el cielo entero por un instante tan corto que apenas pudo ser contemplado, ni como acababa con el mundo, mi mundo, nuestro mundo, convirtiéndolo todo en recuerdos y polvo, convirtiéndonos a todos en  sombras y ceniza.
L J Salamanca

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