"El destino del genio es ser un incomprendido, pero no todo incomprendido es un genio"

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jueves, 29 de marzo de 2012

La persecución


Me están persiguiendo, las fuerzas empiezan a abandonarme, no hay problema, me repito constantemente, la adrenalina es el mejor de los dopajes cuando de correr se trata. Sólo unos pocos metros me separan de mi verdugo. Al principio me gritaba que me detuviese, pero la carrera ha hecho su efecto y ahora prefiere ahorrarse ese esfuerzo para cuando me alcance.     –Tranquilo– le diría si pudiera– No falta mucho ya para que me dé por vencido, por más adrenalina que me empuje.

La mayoría de la gente piensa que una persecución a carrera es cómo en las películas, es decir, con una duración de cómo máximo dos o tres minutos, y un sinfín de acrobacias tales como correr sobre los coches, saltar muros de cemento y verjas de metal, todas esas cosas. Pobres ingenuos. Cuando te persiguen no piensas en que el público te aplauda o admire por tu habilidad, lo único que quieres es escapar.
¿Saltar por encima de los coches? Qué tontería, por lo llano es más rápido, te pillarían sin ninguna duda. Lo único que haces es correr, siento decepcionaros, pero así es. Avanzas hasta que tu perseguidor desiste o tú pierdes el aliento y te das por vencido. Por este motivo siempre elijo quien será el que me persiga, y hasta ahora todo ha ido bien….hasta ahora, maldita expresión, siempre que oigas eso recuerda que  o algo acaba de cambiar, o muy probablemente lo haga dentro de poco. En mi caso, es lo primero. Mi elección fue la correcta, pero su compañía no era la esperada ¿Las consecuencias? En este preciso instante tengo a un monstruo de casi dos metros de alto por dos de ancho pisándome los talones con la intención de exterminarme.  No es especialmente rápido, pero por lo que parece podría pasarse varias horas corriendo sin parar y luego decir que se había ido a dar un paseo.

Ya lo he probado todo: He atravesado calles abarrotadas de gente, tomado caminos en pendiente (ya que según la teoría de la gravedad, a una bestia de ciento cincuenta kilogramos le debería costar subir bastante más que a una mierda de setenta y cinco) intentado perderle por callejones oscuros, aparcamientos subterráneos, algún que otro túnel y más de una zona residencial. Nada ha dado resultado y mi optimismo empieza a decaer, esto no puede acabar bien. Definitivamente empiezo a pensar que esta será mi última persecución… Un segundo, ¡mi última persecución! ¿No es genial? Es mi oportunidad para hacer todo lo que no hubiera hecho teniendo alguna posibilidad de escapar. Lo asimilo y me propongo algo: Esta va a ser la mejor persecución no ficticia de la historia.

Me estoy aproximando a un cruce de calles. Que comience el espectáculo. Sé perfectamente donde estoy, y a donde me llevará cada una de los diferentes caminos que tengo delante: Si girara a la izquierda, a unos cien metros entraría  en una zona residencial en construcción, nada emocionante. Siguiendo todo recto, pasada la parada de autobús de la línea cuatro, me adentraría en un parque gigantesco, con fuentes, montones de metros cuadrados de césped y cipreses, puestos de helados y demás cosas que hay en un gran parque metropolitano. Por último, si viro a la derecha, llegaría al centro de la ciudad, con plazas abarrotadas de gente, avenidas con tiendas por doquier, altos rascacielos y el mercado más antiguo de la ciudad.

La decisión se toma sola. Doblo la esquina y el habitual alboroto de la zona llega hasta mis oídos. No puedo evitar sonreír, esto va a ser grandioso. Los decibelios están aumentando, y es en este instante cuando aprendo algo nuevo, la adrenalina ayuda, pero la certeza de que disfrutas con lo que haces es mejor que el más potente óxido nitroso. Las piernas vuelan sobre la acera. Los obstáculos empiezan a tomar lugar. Al principio son personas descolgadas, fácilmente evitables, pero cada vez son grupos más numerosos. Mi sonrisa de psicópata se ensancha aún más, esto me recuerda a un juego de la consola en el que una nave espacial tiene que ir esquivando meteoritos.

 Antes de llegar a la plaza principal, me permito el lujo de darme la vuelta y seguir de espaldas para saludar a mi descomunal compañero. Incluso le he sacado algo de ventaja, pero no parece dispuesto a detenerse ni mucho menos. Le miro, le saludo, me mira, aprieta los dientes y los puños, las venas de sus brazos, por así llamarlos, aumentan de tamaño hasta parecer auténticas cañerías. Le guiño un ojo, le tiro un beso, le sonrío, aumenta de ritmo, abre los ojos hasta el máximo, Joder joder joder, me giro y acelero. Esto nunca había sido tan divertido.
 Hemos llegado, la gran Plaza Cervantes, Alcalá de Henares, ciudad patrimonio de la humanidad. Atravieso la calle que me separa de la parte central, ups, se me olvidó mirar por si venían coches, y por supuesto que venían. El frenazo se escucha como poco trescientos metros a la redonda, el pobre hombre al volante tiene los brazos totalmente estirados hacia delante, estampándose contra su asiento me mira con una cara digna de  fotografía ganadora de concurso. El coche finalmente se detiene a escasos centímetros de mi pierna izquierda ante la incredulidad de los espectadores. No puedo pararme a descansar. Sigo mi camino, pronto llegaré a lo que llamamos “el monigote”, una bellísima escultura en bronce de Miguel de Cervantes datada en el 1879, que se le va a hacer, monigote es más corto. La base de la estatua es un cubo de piedra de unos tres metros por lado sobre el que se alza de pie la figura del gran escritor. Hago como que sigo recto, me freno y me escondo por la otra parte. Pocos segundos después veo pasar a la bestia. Al no verme se detiene y mira alrededor, se da la vuelta, me he subido encima del cubo de piedra y le ofrezco la más amplia de las sonrisas que puedo darle, la de mi trasero con los pantalones y los calzoncillos bajados. Para aumentar más si cabe su furia, lo meneo varias veces en unos graciosos contoneos circulares. Su rostro es un espectáculo, puedo verlo a través del hueco que hay entre mis piernas. Cuando reanuda la carrera me vuelvo a colocar la ropa y salto hasta el suelo para cambiar de escenario. La gente ríe, algunos incluso aplauden y sacan fotografías. Ahora no puedo dejarles así. Pienso en algo aún mejor…ya lo tengo, y si funciona me sacarán a hombros por la puerta grande entre risas y piropos.

A cada lateral de la plaza montones de plantas y flores dan colorido al lugar, y dentro de poco contribuiré a la decoración plantando una grande y voluptuosa semilla. Cuando estoy cerca del final de la hilera decelero, dejando que se acerque mi grande y torpe camarada. Miro atrás y  puedo ver en sus ojos la emoción de la inminente victoria. Cuando ya estira el brazo hacia mí me dejo caer al suelo, y entonces él se da cuenta del truco, una romántica pero punzante pared de rosas rojas le espera con los brazos abiertos. Llegado este punto su virtud se ha hecho defecto, pues son sus musculosos kilos los que  le condenan a las espinas. Trata de frenar pero es inútil. Tropieza con mi costado y sale despedido con la cabeza por delante. Grita, pero al hacerlo sus cuerdas vocales se atrancan y lo que se escucha es un agudo y ridículo gallo, después se hunde tanto en el rosal que apenas pueden verse sus pies entre tanto rojo. La multitud me vitorea, las risas son ahora carcajadas, me aclaman, me siento grande. Es a mí, realmente me miran a mí, me aplauden a mí, es genial, es maravilloso, me levanto y estiro tanto como puedo para saludarles con la mano y realizar las tres reverencias de cortesía. Es hora de retirarse, a partir de ahora será siempre así, ¡me conocerán por mis famosas huidas in extremis, mis increíbles maniobras de burla y mis…! El agente me agarra por la espalda y me tumba en el suelo. “Click”. El cierre de las esposas borra de mi mente cualquier atisbo de nueva huida. Quedas detenido por asesinato, cualquier cosa que digas podrá ser usada en tu contra, si no puedes pagarte un abogado se te asignará uno de oficio…ojalá de pudras en la cárcel. Vaya, con lo de la huida se me había olvidado lo de ese padre y esa madre, así como su preciosa hija pequeña y su angelical hermanito.

El silencio es sepulcral, y la gente ahora me mira con desprecio, con odio. Que simples son las masas, le das una golosina y son como niños, les dices que era droga y te desprecian…¿ Y por qué no comprueban lo que se comen antes de hacerlo? Maldito mundo de desagradecidos…

L J Salamanca

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